La
única luz que realmente alumbra nuestras vidas, la humanidad y la historia, es
la que nos viene de lo alto y da sentido a todo lo que hacemos aquí abajo.
Señor,
dame un corazón que sepa amar con misericordia y generosidad, porque, seguirte
y permanecer a tu lado me exige ser misericordioso y generoso. Y yo, Señor,
quiero estar contigo.
Si ponemos esa luz divina bajo la mesa de
nuestra vida, todo se convierte en oscuridad y niebla. Perderemos el sentido
del camino y, como ciegos guiados por ciegos, nos precipitaremos en el abismo.
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