Cuando hablamos del amor lo encuadramos
en la familia y amigos. Un círculo algo más lejano puede extenderse a los
amigos y gente conocida. Pero ya con los extraños y desconocidos es otra historia.
Y no hablemos de los enemigos. Se nos
hace difícil aceptarlos y más ayudarlos. Sin embargo hablamos del amor
aceptando esa paradoja. Algo igual ocurre con los bebés abandonados. Levantamos
la voz y acusamos al culpable, pero, ¿y los abortos? ¿No son también bebés
abandonados?
Jesús defiende la amistad, pero la
extiende a todos, amigos y enemigos. Y es en estos en donde pone el acento,
porque es el distintivo característico de los cristianos, amar a los enemigos.
Pues, nos dice: ¿qué mérito tendría amar a los amigos, eso lo hacen todos? Un
buen proyecto sería tratar de ponerlo en práctica.
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