Lejos de calmarnos, cuando
nos sentimos defraudados, nos enfurecemos y nuestra agresividad irrumpe sobre
otros que no deben culpa. Posiblemente nos arrepentimos luego, pero el daño ya
está hecho. Conviene reflexionar y dominar nuestro ímpetu.
Sucede que cuando estamos dispuestos
a conseguir nuestro propósito, perdemos el control y hacemos disparates que
hieren y hacen mal a otros. No podemos perder el sentido de lo justo y
verdadero, porque, tarde o temprano, nos sentiremos mal.
La historia nos retrata y habla mal de aquellos que se
han tomado la justicia por su mano, denunciándoles y poniéndolos en su sitio.
Es el caso del rey Herodes, sobre el que recae la muerte de aquellos niños asesinados por su locura
ambiciosa.
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