El parentesco sanguíneo no es
más fuerte que el que se establece en la amistad, la simpatía y compenetración
que sintoniza en el encuentro de pensamientos y en la verdad. De tal forma que,
sin haber ninguna característica sanguínea, si hay una espiritualidad común que
los une y hermana íntimamente y profundamente.
En el orden espiritual somos
hermanos de Jesús en la medida que, hermanados en el Espíritu Santo por el
Bautismo, por Voluntad de Dios, cumplimos sus mandatos fieles a nuestros
compromisos bautismales. Nos une el amor de Dios y su Voluntad de hacer sus
hijos.
En ese sentido, por la fe y nuestras obras, quedamos
unidos al Señor Jesús, y por Voluntad del Dios Padre, hijos adoptivos y
hermanados en el Señor Jesucristo, coherederos, por sus méritos de Pasión y
Muerte, de la Gloria del Padre.
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