Nuestra actitud es
beligerante y dispuesta a no obedecer. No nos fiamos ni somos dóciles a la Palabra del Señor. Podemos decir que sí, pero nuestras obras y hechos descubren
lo contrario. Somos la Jerusalén que continúa rechazando al Señor.
Hacemos nuestro dios a
nuestra razón. Razonamos muchos y, por supuesto, nos equivocamos mucho. Porque
no somos perfectos y nuestras deducciones son imperfectas. Y le discutimos al
Papa, que, por la Palabra, está asistido por el Espíritu Santo. Y ponemos
nuestras palabras y razonamientos en boca de quienes no tienen autoridad.
Porque toda autoridad viene del Señor. Él tiene
Palabra de Vida Eterna y Él ha dejado al servicio de su Iglesia a los que ha
querido elegir. Porque su única y verdadera misión es salvar a todos los pobres,
pequeños y humildes que, aún en pecado, quieren ser perdonados.
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