martes, 20 de diciembre de 2016

Hoy nos fijamos en María. Y observamos que siendo una persona muy humilde, sencilla y, aparentemente, insignificante y pobre, atrajo la mirada y la atención de muchos, creyente y no creyente. Se hace difícil encontrar un pueblo, por insignificante que sea, que no tenga a María como patrona bajo alguna advocación mariana.

El Magnificat descubre como a María, desde que le es anunciada su maternidad Divina por el ángel Gabriel, la felicitarán todas las generaciones. Y así sucede, ha sucedido y sucederá siempre hasta el final de los tiempos, tal y como se ha profetizado. María es Madre, y Madre de todos los hombres. Y una Madre nunca se cansa de esperar.

María así lo vivencia en su vida hasta los últimos momentos a los pies de la Cruz. María es Madre paciente, perseverante, dócil, fiel y confiada en la providencia de Dios. Es Madre que cobija, reúne y une bajo su amparo a los hijos que caminan en torno a su Hijo, y abre sus brazos, en su Hijo, a todos los hombres.

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