Lo importante de una persona es decir y hacer. Si su palabra
se cumple, su autoridad se afirma. Su vida da credibilidad y se sostiene sobre
roca. Por lo tanto, no es lo importante, siendo importante, la palabra, sino lo
que verdaderamente salva es la realización de esa palabra.
Eso es la maravilla y el encanto de la Palabra de nuestro
Señor Jesús. Porque su Palabra no sólo
se dice, sino que tiene cumplimiento. De ahí nace la autoridad con la
que habla Jesús, pues lo que proclama se cumple. Su Palabra es firme como una
roca.
Por eso, el Evangelio
de hoy nos habla muy claro: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’,
entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
celestial». No se puede
decir, ni más alto ni más claro. Está justamente dicho y alumbrado por una
parábola
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