jueves, 1 de diciembre de 2016

Lo importante de una persona es decir y hacer. Si su palabra se cumple, su autoridad se afirma. Su vida da credibilidad y se sostiene sobre roca. Por lo tanto, no es lo importante, siendo importante, la palabra, sino lo que verdaderamente salva es la realización de esa palabra.
                   
Eso es la maravilla y el encanto de la Palabra de nuestro Señor Jesús. Porque su Palabra no sólo  se dice, sino que tiene cumplimiento. De ahí nace la autoridad con la que habla Jesús, pues lo que proclama se cumple. Su Palabra es firme como una roca.

Por eso, el Evangelio de hoy nos habla muy claro: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial». No se puede decir, ni más alto ni más claro. Está justamente dicho y alumbrado por una parábola

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