Moverse siempre es complicado. Moverse de un lugar a otro; moverse espiritualmente en camino de conversión; moverse en actitud de servicio; moverse en ir cambiando y mejorando como persona; moverse en crecer en virtudes y actitudes bien intencionadas y rectas.
Salir de uno mismo siempre
presenta dificultades y esfuerzos. Y el Espíritu de Dios nos invita siempre a
movernos. Movió a María, a José, a Abrahán, a Moisés…etc. Posiblemente también
nos mueva a nosotros, pero, ¿por qué no lo advertimos o notamos? ¿Estamos lo
suficientemente atentos?
Sucede que el mundo en el que vivimos nos distrae. Y
cada vez más. Vivimos en la era de la tecnología digital. Móviles y otros
medios nos roban el tiempo y nos impiden reflexionar y pensar. Indudablemente,
se nos hace más duro y difícil movernos. Estamos paralizados por el mundo.
Tendremos que salir de él para escuchar al Espíritu de Dio.
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