martes, 11 de abril de 2017

Hoy, el Evangelio, nos presenta a Jesús sabiéndose traicionado, pero también glorificado: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros».

Pedro también se ve envuelto en esta traición. Pero es una traición propia de su debilidad. Nuestra naturaleza herida y tocada por el pecado nos traiciona también a nosotros. Pedro es reo de sus propias palabras, y falla. Deje sólo a Jesús. Sin embargo, hay una gran diferencia con Judas. Pedro llora su pecado.

Ese es el camino de nuestra salvación, el arrepentimiento y reconocimiento de nuestra propia miseria y pecado. Jesús lo sabe, pero su mirada es más profunda y ve y conocen lo que hay en lo más hondo de nuestro corazón. Y ve la huella de Dios en nosotros. Un deseo de amar que nos llena de gozo y felicidad. Y Pedro responde.

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