Cuando aceptamos algo que nos
proclaman, estamos diciendo que estamos de acuerdo y que, por lo tanto, no
tendría sentido no sólo admitirlo sino tratar de vivirlo. Decir sí significa
seguir y seguir implica llevar a tu vida aquello que te proclama el que sigues.
Así de lógico y de sentido común.
Decir que sí y luego hacer lo
contrario o lo que tú interpretas que debes hacer, dice poco en tu favor y te
deja como una veleta al viento. Dices sí y haces no. Das la imagen de ir por
donde te sopla y lleva el viento. Por eso, muchos escribas y fariseos,
queriendo justificarse y dar razones a su tozudez, piden a Jesús que les dé un
signo o prueba que les satisfaga.
Quieren ponerle en evidencia. O lo hace, y aceptarán
su Mensaje, o se quedaría en ridículo. Es algo así como si nosotros exigiéramos
al Señor que nos revelará que Él es el Hijo de Dios y nos diera una prueba
contundente. ¿Acaso nos creemos con ese derecho? ¿Acaso pensamos que podemos y
tenemos derecho de exigir al Señor? ¿Creemos que podemos ponerle condiciones a
Dios?
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