lunes, 24 de julio de 2017

Cuando aceptamos algo que nos proclaman, estamos diciendo que estamos de acuerdo y que, por lo tanto, no tendría sentido no sólo admitirlo sino tratar de vivirlo. Decir sí significa seguir y seguir implica llevar a tu vida aquello que te proclama el que sigues. Así de lógico y de sentido común.

Decir que sí y luego hacer lo contrario o lo que tú interpretas que debes hacer, dice poco en tu favor y te deja como una veleta al viento. Dices sí y haces no. Das la imagen de ir por donde te sopla y lleva el viento. Por eso, muchos escribas y fariseos, queriendo justificarse y dar razones a su tozudez, piden a Jesús que les dé un signo o prueba que les satisfaga.

Quieren ponerle en evidencia. O lo hace, y aceptarán su Mensaje, o se quedaría en ridículo. Es algo así como si nosotros exigiéramos al Señor que nos revelará que Él es el Hijo de Dios y nos diera una prueba contundente. ¿Acaso nos creemos con ese derecho? ¿Acaso pensamos que podemos y tenemos derecho de exigir al Señor? ¿Creemos que podemos ponerle condiciones a Dios?

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