Es normal y de sentido común que el hombre trate de trepar y de estar entre los mejores. Y si puede, claro, ser el primero. Se experimenta
esa ambición, constitutiva de la esencia del hombre, en sus movimientos y
actitudes. Todos queremos más, dice la popular canción. Y es lógico que así
sea, pues nuestra naturaleza es humana y propuesta a todas esas tentaciones.
Por eso, no debe de extrañarnos que la madre de Santiago y
Juan, los hijos de Zebedeo, pidiese para ellos
Los primeros puestos. Estar a la derecha e izquierda de
Jesús. Sin embargo, Jesús les apremia a cambiar esa dirección natural de
nuestra propia naturaleza, valga la redundancia. Pone como el poder más fuerte,
el servicio. Y para alcanzar los primeros puestos hay que ser el último. Es
decir, servir.
Y eso experimentamos
en nuestra propia vida. No pasamos a la historia por el poder que hayamos
tenido, ni tampoco por la riqueza. La huella que queda es la del amor. Un amor
que renuncia a sí mismo para servir. Es la característica que Jesús proclamó
con su Vida y su Palabra. El servicio por Amor. Y nos mandó hacer a nosotros lo
mismo.v>
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