martes, 25 de julio de 2017

Es normal y de sentido común que el hombre trate de trepar y de estar entre los mejores. Y si puede, claro, ser el primero. Se experimenta esa ambición, constitutiva de la esencia del hombre, en sus movimientos y actitudes. Todos queremos más, dice la popular canción. Y es lógico que así sea, pues nuestra naturaleza es humana y propuesta a todas esas tentaciones.

Por eso, no debe de extrañarnos que la madre de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, pidiese para ellos
Los primeros puestos. Estar a la derecha e izquierda de Jesús. Sin embargo, Jesús les apremia a cambiar esa dirección natural de nuestra propia naturaleza, valga la redundancia. Pone como el poder más fuerte, el servicio. Y para alcanzar los primeros puestos hay que ser el último. Es decir, servir.

Y eso experimentamos en nuestra propia vida. No pasamos a la historia por el poder que hayamos tenido, ni tampoco por la riqueza. La huella que queda es la del amor. Un amor que renuncia a sí mismo para servir. Es la característica que Jesús proclamó con su Vida y su Palabra. El servicio por Amor. Y nos mandó hacer a nosotros lo mismo.v>

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