El fin del mundo nos parece algo imaginario y un juego de
niños. De cualquier forma, sabemos que es la realidad, porque todo lo que ha
tenido un principio tendrá un fin. De algún lugar hemos salido, y, algún día
iremos a otro lugar. Porque, dentro de nosotros existe una llama de vida eterna
y porque también nos ha sido revelado por la Palabra de Dios.
En el Evangelio de hoy se nos presenta una comparación, que
nos puede dar una idea de cómo se desarrollará el momento final del mundo. Dice
así: «También es semejante el Reino de los
Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando
está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y
tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles,
separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego;
allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?»
Ignorar y mirar para
otro lado no es sino ir contra nuestras propias aspiraciones naturales. Es
verdad que enfrentarnos a la naturaleza humana que nos contiene, se hade duro y
difícil, pero, por la Gracia de Dios,
que recibimos en el sacramento del Bautismo, podemos enfrentarnos con garantía
de salir victorioso.
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