jueves, 3 de agosto de 2017

El fin del mundo nos parece algo imaginario y un juego de niños. De cualquier forma, sabemos que es la realidad, porque todo lo que ha tenido un principio tendrá un fin. De algún lugar hemos salido, y, algún día iremos a otro lugar. Porque, dentro de nosotros existe una llama de vida eterna y porque también nos ha sido revelado por la Palabra de Dios.

En el Evangelio de hoy se nos presenta una comparación, que nos puede dar una idea de cómo se desarrollará el momento final del mundo. Dice así: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?»

Ignorar y mirar para otro lado no es sino ir contra nuestras propias aspiraciones naturales. Es verdad que enfrentarnos a la naturaleza humana que nos contiene, se hade duro y difícil, pero, por la Gracia de Dios,  que recibimos en el sacramento del Bautismo, podemos enfrentarnos con garantía de salir victorioso.

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