El hombre es obstinado y, a pesar de sus fracasos insiste
sobre lo mismo. Se empeña en buscar el tesoro donde no lo puede encontrar. Sí,
encuentra espejismos de tesoros, pero, pronto, desaparecen como por arte de
magia y sólo queda vacío, desolación y frustración.
Pero, a pesar de sus constantes fracasos, no da su brazo a
torcer, y se obstina en seguir erre que erre. Quizás, atrapado y sometido por
el pecado y la esclavitud a la que lo encadena el Maligno. Pierde su
orientación y queda esclavizado en su propia humanidad, débil, frágil y
pecadora.
Es una pena, pues su
gran Tesoro está dentro de sí mismo. Lo tiene delante, lo experimenta cada vez
que es capaz de amar y darse por hacer el bien, pero no lo advierte ni lo
descubre. Tiene ojos, pero no es capaz de ve; oídos, pero no oye. Parece
increible, pero sucede así. Una vez atrapado no es tan fácil salir. Se necesita
afán de búsqueda y renuncia. Y eso obliga a un cambio de vida profunda y
orientación de rumbo.
Jesús vale más que todo el mundo. Al mismo tiempo, no es únicamente lo que tenemos que dejar, sino en lo que él nos ofrece, que es mucho más precioso que cualquier otra cosa, por el gozo verdadero que proviene de encontrarle a él.
ResponderEliminarOremos por todos aquellos que aún no han conocido el amor de Dios. Porque son muchos. Gracias. Dios le bendiga.
UN fuerte abrazo en Xto. Jesús.
ResponderEliminar