Jesús se muestra tal como es. Hace visible su naturaleza
Divina también junto a la humana ya conocida. Se Transfigura como Señor del
Antiguo y Nuevo Testamento con la presencia de Moisés – La Ley – y Elías – los Profetas
- . Nos anuncia su Resurrección y que es el Hijo amado, predilecto del Padre,
enviado para ser escuchado.
Él es nuestra salvación y a ello aspiramos por medio del
Bautismo, pues en él somos, por su Gracia, admitidos como verdaderos hijos de
Dios y coherederos con Él, de su Gloria. Ya podemos cargar confiados y en paz
con las cruces de nuestras vidas y vivir en la esperanza de resucitar para
siempre con un cuerpo glorioso como el de Jesús.
Porque, resucitaremos
unidos a la carne corporal con la que hemos vivido y a nuestra alma espiritual,
semejantes al Señor. Sólo imaginar eso nos alienta y nos impulsa al esfuerzo,
de cada día, de parecernos e imitar más al Señor. Y eso no es sino de vivir en
el ejercicio del amor. Sobre todo a los enemigos.
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