Lo peor no es que se hable lo
imprescindible y sea lugar de encuentro y de paz, lo peor es que se convierta
en lugar de chismorreo, de esparcimiento y diversión. Lugar de encuentro
convertido en ocio y distracción. Y, cuando no, como ocurrió en tiempo de
Jesús, lugar de mercantilización, transacciones comerciales y otras operaciones.
Su misión es una, pero se
convierte en otra. Así, el templo era el lugar donde se vendían y compraban los
animales utilizados para el sacrificio ofrecido a Dios. Al final, se convirtió
en lugar de negocios y cambios. Eso fue lo que obligó a Jesús a expulsar a
aquello mercaderes y proclamar su casa, casa de oración.
Hoy, en muchas iglesias, supongo que no todas, hay
ambientes que, no siendo igual, si se convierten en lugares de diálogo, de
habladurías, de saludos y demás. No sé si es lo adecuado, pero, quizás, se
molesta a los de al lado, que aprovechan para hablar con Dios y necesitan
silencio. El templo es un lugar de encuentro con Jesús sacramentado, presente y
real bajo las especies de pan y vino.
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