viernes, 24 de noviembre de 2017

Lo peor no es que se hable lo imprescindible y sea lugar de encuentro y de paz, lo peor es que se convierta en lugar de chismorreo, de esparcimiento y diversión. Lugar de encuentro convertido en ocio y distracción. Y, cuando no, como ocurrió en tiempo de Jesús, lugar de mercantilización, transacciones comerciales y otras operaciones.

Su misión es una, pero se convierte en otra. Así, el templo era el lugar donde se vendían y compraban los animales utilizados para el sacrificio ofrecido a Dios. Al final, se convirtió en lugar de negocios y cambios. Eso fue lo que obligó a Jesús a expulsar a aquello mercaderes y proclamar su casa, casa de oración.

Hoy, en muchas iglesias, supongo que no todas, hay ambientes que, no siendo igual, si se convierten en lugares de diálogo, de habladurías, de saludos y demás. No sé si es lo adecuado, pero, quizás, se molesta a los de al lado, que aprovechan para hablar con Dios y necesitan silencio. El templo es un lugar de encuentro con Jesús sacramentado, presente y real bajo las especies de pan y vino.

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