Se repiten las historias.
También ocurrió lo mismo con aquellos habitantes de Jerusalén. Rechazaron el
mensaje que les trajo Jesús. Se mostraron indiferentes y le dieron la espalda.
El Evangelio de hoy narra ese pasaje donde Jesús llega a llorar por ella. Hoy, la
consecuencia de ese rechazo se hace visible en su propia historia.
De la misma forma, nuestro
mundo, que por extensión hereda esa buena Noticia, se encuentra inmerso en una
gran tragedia. Perdido y de espaldas al Señor, se debate entre la vida y la
muerte. El odio, la venganza, el egoísmos y las ambiciones de los hombres les
enfrenta y sus murallas se derrumba. El consumo y el hedonismo en el que se
vive lo estropean y amenaza su destrucción.
El debate está ahora en la impotencia del hombre por
contrarrestar el deterioro del mundo. Un hombre que se ha erigido en salvador
del mundo y dueño de él. Un hombre, sometido y prisionero de su propia
debilidad y pecados, esclavo de sus pasiones, no sabe qué hacer ante la debacle
que se le presenta. El mundo se derrumba. Y sólo levantar su mirada hacia
arriba le da esperanza.
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