Aquel leproso sabía quién era Jesús. Se desprende por su
acercamiento y petición que le conocía bien y sabía su poder. No se le dice tan
fácilmente a alguien: «Si quieres,
puedes limpiarme». Eso descubre una gran fe en esa persona, y conocimiento
de que puede hacerlo.
Realmente, nos interpela y nos reta a nosotros a
preguntarnos por nuestra fe. ¿Tengo yo fe en Jesús hasta el punto de creer que
puede curarme? Es más, mejor, ¿qué puede salvarme? ¿Y esa fe compromete mi vida
y la modifica? ¿Mi percepción de la vida y del mundo se ven alteradas por mi fe
en Jesús?
No es la intención de
Jesús curar y hacer milagros, pero los haces porque siente compasión por todos
nosotros. Ha venido a salvarnos para siempre, no para sacarnos de una
enfermedad o apuro, y ya, desde ese momento, alivia la vida de todos aquellos
que se acercan a Él. Nos proclama que el Reino de Dios está cerca y que se ha
cumplido el tiempo.
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