lunes, 28 de mayo de 2018

Resultado de imagen de Mc 10,17-27
El peligro de las riquezas no está en ellas mismas, sino en la ambición que despiertan en nuestros corazones y en la debilidad con la que las afrontamos. Quedamos sometidos a su poder hasta el punto de creernos que con ellas estamos seguros y podemos alcanzar la felicidad.

Nuestra pobreza es tanta que perdemos la orientación y pensamos que hemos alcanzado todo lo que necesitábamos para ser felices. Pronto, la ruta de nuestra vida nos irá desencantando y haciéndonos ver el tremendo error en el que estábamos. Quizás, para entonces, sea ya tarde.
              
Por eso, necesitamos espabilar y descubrir que todo lo que la vida nos ofrezca desde el mundo es pan para hoy, pero hambre para mañana. Nada destinado a terminar puede dar felicidad. Puede confundirnos con espejismos puntuales y ocasionales, pero nada más. Lo caduco está destinado a la basura. Sólo Dios permanece eternamente y es en Él donde está toda nuestra esperanza y felicidad.

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