martes, 3 de julio de 2018

Resultado de imagen de Jn 20,24-29 Fano
No cabe ninguna duda que sin el concurso del Espíritu Santo el mundo nos engulle. Su fuerza seductora, sus ofertas de bienestar, comodidades y apetencias son las que palpitan dentro de nuestra naturaleza humana, y nos atraen y seducen egoístamente. Somos débiles y proclives a caer.

Posiblemente, el Señor, conociéndonos y sabiendo de nuestra débil naturaleza nos ha dejado la puerta de la penitencia, para no permanecer caídos ni derrotados, sino para levantarnos y empezar de nuevo. Unidos a Él venceremos. Esa es la promesa y la razón de la presencia del Espíritu Santo. En Él seremos invencibles.


De no ser así sería un engaño y un contrasentido. Dios no puede engañarse ni engañarnos. Su Palabra es veraz y siempre se cumple. Y dentro de nuestros corazones está grabada nuestra máxima aspiración: Felicidad y Vida Eterna. Ese es nuestro destino y para eso nuestro Padre Dios ha enviado a su Hijo al mundo.

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