miércoles, 19 de septiembre de 2018

En la Iglesia ocurren cosas que no son muy del agrado de todos. Unas veces porque anteponemos nuestros proyectos y gustos, y otras porque no son de nuestro agrado. Entonces nos rebelamos y criticamos. Tratamos de justificar nuestras razones, pero en el fondo no nos gustan las nuevas corrientes.
                        
Nos comportamos como esos niños que juegan en las plazas. Discutimos y nos enfadamos y nos negamos a seguir el juego. Cada cual elige su camino, su proyecto o tendencia y no queremos seguir la que nos propone la parroquia. Al otro párroco le achacamos que era muy cómodo y que se ausentaba mucho de la parroquia.

Y a este nuevo nos parece muy activista, quiere estar en todo y manda mucho. ¿Con quién nos quedamos? A todos les encontramos defectos y maneras para criticarles y ponerles pegas. Y también a los que se incorporan nuevos. ¿Qué hacer? Mejor callar y adoptar, en el Espíritu Santo una actitud de obediencia y de humilde silencio arrimando el hombro.

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