María es Madre de Dios
porque, primero, aceptó su invitación a ser la Madre de su Hijo enviado a la
tierra, y a dar su vientre como morada para encarnarse en naturaleza humana.
Esa es la dicha de la bienaventurada María. No, precisamente por ser la elegida,
sino por aceptar esa elección y abrir su corazón a la Voluntad de Dios.
También cada uno de nosotros
hemos sido elegidos. Quizás no para una enorme misión como la de María, pero sí
para alguna misión. Sobre todo para anunciar, con tu vida y palabra, la buena
Noticia de salvación. Y has recibido esa Gracia en la hora de tu Bautismo,
quedando configurado como sacerdote, profeta y rey.
Como María, cada de uno de
nosotros tenemos la responsabilidad de escuchar la Palabra de Dios y vivirla,
en nuestro esfuerzo de cada día, según la Voluntad de Dios. Necesitamos para
ello su Gracia y su Misericordia y la disponibilidad para, como María, hacernos
humildes y abrirnos a su Gracia.
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