Hoy
festejamos esa alegría por tantos santos que nos han precedido. Oficiales y
anónimos que han hecho de las bienaventuranzas el camino de sus vidas. Sn
alardes, sin notoriedad, sin saber, la izquierda lo que hace su mano derecha,
sin arrogancia ni publicaciones. Con humidad y silencio.
Porque, la
santidad no es buscar los primeros puestos, ni tampoco el éxito, ni destacar.
Ser santo es humildemente ponerse en Manos del Espíritu Santo y tratar de escucharle
y seguir sus impulsos. Ser santo es reconocer la necesidad de necesitar, valga
la redundancia, la Gracia de Dios.
En definitiva, ser santo es seguir el
camino trazado por Jesús en sus bienaventuranzas. Es aceptar la pobreza de la
humildad, de compartir, de sostenerse en la fe y de proclamarla con su vida y
obras. Es, simplemente, imitar al Señor injertado en Él. Porque sin Él nada
podemos.
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