Eso fue lo que ocurrió con aquel hijo menor que le pidió a
su padre la herencia para ir a hacer fortuna a otros lugares. Posiblemente estaba
cansado de estar junto a su padre y no apreciaba el privilegio que significaba
eso. A pesar de los consejos de su padre no hizo caso y se marchó.
¿Nos pasa a nosotros algo parecido? Es cuestión de preguntárnoslo,
porque todavía estamos a tiempo. Pensamos que en el mundo podemos encontrar lo
que ya tenemos en nuestra Casa. Alguien ha pagado por nosotros esa felicidad
que ahora buscamos en el mundo y nunca encontraremos.
Siempre, hasta el final de nuestros días, estamos a tiempo
para regresar a esa Casa de la que nunca deberíamos haber salido. Nuestro Padre
del Cielo tiene siempre la puerta abierta y dispuesto a abrazarnos tiernamente
para devolvernos la dignidad de hijos suyos. Sólo necesitamos levantarnos y
emprender el regreso.
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