Ciegos tienen que estar
cuando no hacen caso a la promesa de salvación que le ofrece Jesús de Nazaret.
Una promesa, no en vano, sino con muchas pruebas y razones que la hacen creíble.
Delante de nuestro ojos estas sus milagros, su Palabra y, sobre todo, su
Resurrección.
Es verdad que nuestra mente
no alcanza a comprender tan grande misterio, pero, también es verdad que
nuestro corazón desea alcanzar esa eternidad gloriosa y plena. Y Jesús, enviado
por el Padre, nos habla de esa promesa que está escrita en nuestros corazones.
Porque, siendo semejantes a
nuestro Padre Dios, el sentido común nos descubre que también seremos, porque
su Hijo nos lo ha prometido y ha venido para eso, eternos como Él si creemos en
la Palabra del enviado y hacemos lo que nos dice.
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