Jesús empezaba a estorbar. Su
forma de hablar, sus enseñanzas y sus milagros lo ponían en una situación
delicada frente a los sumos sacerdotes y fariseos. Estos, sumidos en la
oscuridad de sus propios pensamientos no aceptaban su mensaje. Jesús era un
peligro.
Reunidos en consejo
decidieron, alentados y dirigidos por el sumo sacerdote del aquel momento,
matar a Jesús. Argumentaban, por boca de Caifás, que era menester que muriera
uno por todo el pueblo.
A partir de ese momento Jesús
no podía moverse libremente y procuraba no andar entre los judíos. Su hora se
acercaba rápidamente. Le buscaban para condenarle y crucificarle. Y todo porque
anunciaba el verdadero Reino de Dios.
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