Nos resulta fácil criticar
las cosas de los demás, pero, ¿y las nuestras? Apenas interiorizamos nuestros
actos y menos reflexionamos sobre ellos. Eso sí, nuestra lengua está afilada y
dispuesta para hablar de las responsabilidades de los otros, pero no de las
nuestras.
Sería muy buena actitud mirar
más para nosotros y retratarnos en todo aquello que dispara nuestra lengua. Si
nos fijamos detenidamente en nosotros mismos dejaríamos de protestar, pues nos
daríamos cuenta de nuestros errores.
No somos mejores que los
demás y, en la mayoría de los casos, tratamos de justificar nuestros actos
distorsionando la realidad y tratando de engañarnos y engañar. La prueba
consiste en reconocer nuestros pecados y tratar de ser humildes. Veremos con
más claridad y haremos las cosas mejor.
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