Se
hace necesario escuchar y oír para conocer, porque, quien no escucha no podrá conocer.
Y si no conoce no puede oír la voz que le llama y le señala el buen camino. Por eso, hay que oír y escuchar la voz
del Señor, para que, conociéndole poder seguirle.
Y
la manera de conocer al Señor es leer y conocer su Palabra. Y también
escucharla en la Eucaristía abriéndose a la acción del Espíritu Santo. Porque,
la única puerta por donde se entra en la verdad y en la Vida Eterna es por el
Señor. Nos lo dice muy claramente.
Yo
soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son
ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si
uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El
ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia.
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