Jesús, que experimenta su
propio camino como hombre igual que nosotros menos en el pecado, sabe de eso
mucho. Asumió la condición de siervo renunciando a sus privilegios de poderoso
para servir en lugar de ser servido.
Y conociendo nuestra debilidad
se quedó voluntariamente bajo las
especies de pan y vino como alimento espiritual para fortalecernos en nuestra
lucha diaria contra el pecado. Sabe que de dejarnos solos quedamos a merced de
las seducciones de este mundo, del demonio y de nuestra propia carne.
Por eso, se nos ha dado en su
Persona y se ha hecho alimento espiritual para alimentarnos desde dentro y acompañarnos
en nuestra lucha de cada día contra esas tentaciones que nos amenazan y nos
ponen obstáculos para alejarnos de Él.
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