La vida es un camino que nos
prueba a cada momento y que nos seduce. El mundo en el que vivimos tiene gran
poder para tentarnos y seducirnos, y nuestra naturaleza, débil y pecadora, cae
fácilmente entre sus garras.
Por nuestros instintos y
vanidades nos gusta que los demás nos vean cuando hacemos algo de bien o
valioso, pero no así cuando no lo es. Las apariencias están también muy
presentes en los actos de nuestra vida y solemos caer en ellas.
Comprendemos que la humildad
y el anonimato nos cuesta, pero también experimentamos que lo que
verdaderamente tiene valor es cuando lo que hacemos lo hacemos de forma
desinteresada, en el silencio y alejado de todo lucimiento y vanidad. Es cuando
realmente nuestro testimonio da ejemplo y tiene la recompensa de nuestro Padre.
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