Con cierta facilidad estamos
inclinados a poner límites a la conducta del hombre. No sólo la interpretamos a
nuestra manera sino que las exigimos salvo leyes que oprimen y castigan. ¿Es
eso respetar la libertad de las personas? ¿Con qué derechos nos atribuimos ese
poder?
Los sacerdotes, escribanos y
fariseos acaparaban el poder de su época con esas leyes que ellos daban vida e
imponían a los demás. No se tenía en cuenta la dignidad de la persona y se
buscaba su bien. Simplemente someterla al cumplimiento de una ley.
Y Jesús rompe esa mala
costumbre y esa imposición interesada y de poder anteponiendo la dignidad de la
persona y buscando siempre primero su bien. La persona está por encima de la
ley y nunca la ley puede exigirle sacrificios que vayan contra su propio bien.
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