Mi vida dará frutos según la
clase de tierra que prepare en mi corazón. Serán buenos o malos según sea
cultivado mi corazón, o, quizás no habrá frutos si la tierra con la que abono
mi corazón es pedregosa y, por lo tanto, poco profunda o está llena de cizaña y
abrojos.
Conviene, pues, cultivar con
esmero, vigilancia y mucho cuidado la tierra que tengo en mi corazón. Conviene
abonarla y regarla bien para que pueda dar buenos frutos manteniéndola limpia y
dispuesta para dar espacio y profundidad a la raíz a fin de que pueda crecer y
desarrollarse.
Y para eso necesito al mejor
de los labradores poniendo mi pobre tierra en sus Manos y dejando que sea Él
quien la cuide, la abone y la riegue con esa agua limpia y cristalina que salta
hasta la Vida Eterna. Sí, Señor, pongo en tus Manos mi pobre corazón para que
seas Tú quien lo prepare y lo haga fructificar.
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