Ante las dificultades de la vida nos vamos cansando.
Experimentamos, día tras día, que nuestros esfuerzos son vanos. Una y mil veces
volvemos a caer en aquello que habíamos prometido no caer, y terminamos por
experimentar nuestra debilidad e impotencia ante las tentaciones que el mundo
nos presenta.
Ante esa barrera que, el mundo, demonio y carne, levanta en
mi vida la vía más cómoda es la resignación y la bajada de bandera. Cansados y
rendidos nos entregamos al placer, a la buena vida y tratamos de olvidarnos de
la puerta estrecha que nos ha propuesto el Señor Jesús.
Esa es nuestra realidad, la perdida de fe y confianza en el
Señor, que nos ciega y nos va durmiendo hasta el punto que no nos damos cuenta
del Tesoro que estamos perdiendo y al que aspirábamos llenos de esperanza. No
perdamos esa esperanza porque, el Señor nos perdona y está a nuestro lado para
levantarnos y seguir adelante.
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