Juan el Bautista fue un
hombre elegido por Dios desde su gestación en el vientre de su madre. Y su vida
fue una respuesta a esa llamada por Dios. Todo su empeño fue estar preparado
para, llegado el momento, prepararle el camino al Señor. Y dedicó toda su vida
a esa misión.
Siempre supo el lugar que
ocupaba en la misión que tenía y nunca perdió de vista que a quien anunciaba
era al Mesías prometido, el Cordero de Dios que sería quien nos bautizaría en
el Espíritu de Dios. Y eso es lo que proclamaba.
Siempre supo que a quien
anunciaba era más grande que él y que así como él tenía que menguar, el Hijo de
Dios, el Mesías prometido tenía que crecer. Conviene, decía, que Él crezca y yo
mengüe. De esta manera y de forma muy humilde, entregó su vida fiel a la Verdad
siendo decapitado por el rey Herodes.
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