Toda la vida hemos luchado
por estar más arriba, pero, incluso más arriba que el que está a mi lado.
Siempre he querido ser el más importante de mis vecinos o, al menos, no
quedarme por debajo de ellos. De ahí que nadie es profeta en su pueblo. Sin
embargo, cuando me planteo seguir a Jesús todo es diferente.
Jesús me invita a hacerme
pequeño y a fiarme de Él como cuando niño me fiaba de mis padres. Eso me exige
no seguir mi razón ni ponerla en el centro de mi corazón, porque, la razón me
falla, me bloquea y sus planes y razonamientos son diferentes a los de Dios.
Por lo tanto, a pesar de que
está presente, pues no la puedo hacer desaparecer, debo de luchar y poner a
Dios en primer lugar. En eso consiste la fe, en no dejarme llevar por mi razón,
por las tentaciones y seducciones que el mundo me ofrece y en fiarme, aunque mi
razón piense de otra forma, de la Palabra de Dios.
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