Cuando comprendemos que nada nos pertenece y que todo
lo hemos recibido de Dios y de forma gratuita, nuestras obras no nos importan
tanto para que nos alaben o no admiren, sino por corresponder a el Amor de Dios
y administrar bien lo que de Él hemos recibido.
Sabemos, entonces, que de nada tengo que jactarme ni engreírme,
pues si tengo habilidad o conocimiento para hacer esto, no es por mis méritos
sino porque, en principio lo he recibido de Dios y luego corresponde con mi
humilde esfuerzo a darle rendimiento.
Quizás, ese esfuerzo es mi libre aportación, también
por la Gracia de Dios, que me ha dado esa libertad y capacidad para poder decidir
y corresponder a lo que Él ha puesto en mis manos. Dios no quiere que me sienta
obligado a aceptarle, sino que lo haga desde la libertad y la fe.
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