Jesús actúa por amor y se
compadece de aquellos diez leprosos cuando, al verlo, le gritan para que se
compadezca de ellos y les cure. Y Jesús responde con un corazón misericordioso,
pero, ¿y ellos? ¿Nos ocurre a nosotros lo mismo? Hemos recibido la vida, pero
también el ofrecimiento de la salvación, ¿y le correspondemos?
¿Nos sentimos agradecidos y
le damos gracias? ¿Nos sentimos profundamente salvados y le alabamos, le
adoramos y escuchamos su Palabra? ¿Somos fieles a nuestro compromiso de
bautismo al participar como Jesús de sacerdote, profeta y rey como É por la
Gracia del Bautismo? Mirémonos en el leproso, el extranjero, que regresó,
agradecido, a alabar y dar gracias a Jesús reconociéndole el Hijo de Dios.
Posiblemente, como aquellos
leprosos que no regresaron, nos olvidamos de todo lo que nuestro Padre Dios nos
ha dado, y del rescate que su Hijo, nuestro Señor, Jesús, nos ha merecido para
nuestra salvación entregando su Vida libremente y voluntariamente para el
perdón de nuestros pecados.
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