Es verdad que el Señor, nuestro Padre Dios, no necesita
templos, porque es Él el está en todas partes y, de manera especial, en el
corazón de sus hijos que creen en Él. Él es el verdadero templo que, por la
muerte de su Hijo, se ha hecho morada en nosotros convirtiéndose en verdadero
alimento que nos fortalece y vivífica.
Y es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, quien nos ha
liberado de la esclavitud del pecado y nos ha hecho verdaderos templos del
Espíritu Santo al entregar su Vida para perdón de nuestros pecados. Desde ese
momento y por nuestro bautismo somos hijo de Dios y verdaderos templos del
Espíritu Santo.
Templos donde vive el Señor en su Espíritu y que, en cada
Eucaristía, nos alimenta y nos transforma para que vivamos según su Palabra y
su estilo de vida. Templos que Él construye cada día en el sacrificio
Eucarístico con su muerte y Resurrección rescatándonos del pecado y
sosteniéndonos en y por su Amor misericordioso.
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