lunes, 2 de diciembre de 2019

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El camino hasta llegar a Dios tiene que estar alimentado por la fe. Una fe que empieza donde termina tu razón y empiezan tus dudas. Una fe que confía y se fía de la Palabra del Señor. Una fe que  se deja dirigir por la Santa Iglesia, Madre y guía de sus fieles a los que acompaña en el camino hacia la Casa del Padre.

Una fe que se apoya en la Palabra y el testimonio de Jesús, el Hijo de Dios, que nos revela el Amor del Padre y nos anuncia su Plan de Salvación, y que con su Muerte y Resurrección nos certifica y garantiza también nuestra resurrección. Es verdad que querer abarcar ese misterio con nuestro entendimiento nos resulta imposible.

Somos simples criaturas creadas por el Amor de Dios y limitadas para entender su Infinita grandeza. Por eso, como aquel centurión decimos: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

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