Jesús
hoy nos descubre esa posible realidad que muchos tratan de practicar y
disfrazar. Por eso deja muy claro que no todo el que dice amarle o le llama
Señor entrará en el Reino de los cielos. Y está claro, porque, se trata no
tanto de hablar sino de vivir lo que se habla y se piensa.
Por
lo tanto, la cuestión del seguimiento al Señor no estriba en simplemente
llamarle Señor, ni tampoco aparentar ruegos, actos de piedad y todo lo que,
aparentemente pueda parecer obediencia y adoración. Se trata simplemente de
hacer la Voluntad de su Padre.
Una
Voluntad que está muy clara y muy sencilla de entender: Amar al Señor por
encima de todo, porque, sin Él nada podemos hacer, y, por y con su Gracia, amar
a los demás como Jesús, el Hijo de Dios Vivo, nos ha enseñado amándonos a cada
uno de nosotros. Amén.
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