domingo, 29 de marzo de 2020

Vivir de cara a Dios: La resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45)
Lázaro llevaba cuatro días sepultado. Su cuerpo olía mal y eso significaba que no había duda de su muerte. Su muerte era un signo y una prueba del Poder de Dios, Señor de la vida y la muerte. Testigos hubo muchos. Algunos se convirtieron, pero otros no quisieron aceptarlo para no cambiar de vida.

Y es que nuestras situaciones a veces, por no decir casi siempre, nos pueden y nos exigen no cambiar. Descubrimos lo encadenado y esclavizados que estamos a las cosas, a nuestras apetencias y comodidades. Nos cuesta cambiar y más cuando se trata de un camino de cruz.

Y, la solución la encontramos en el rechazo, en la negación, en el ataque y la amenaza de desaparecerlo. Le buscaban para prenderlo y condenarlo y, quizás, lo de Lázaro fue el detonante que les empujó a tomar medidas de represalias y buscar la forma de condenar a Jesús.

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