Lázaro llevaba cuatro días sepultado. Su cuerpo olía
mal y eso significaba que no había duda de su muerte. Su muerte era un signo y
una prueba del Poder de Dios, Señor de la vida y la muerte. Testigos hubo
muchos. Algunos se convirtieron, pero otros no quisieron aceptarlo para no
cambiar de vida.
Y es que nuestras situaciones a veces, por no decir
casi siempre, nos pueden y nos exigen no cambiar. Descubrimos lo encadenado y
esclavizados que estamos a las cosas, a nuestras apetencias y comodidades. Nos
cuesta cambiar y más cuando se trata de un camino de cruz.
Y, la solución la encontramos en el rechazo, en la negación,
en el ataque y la amenaza de desaparecerlo. Le buscaban para prenderlo y
condenarlo y, quizás, lo de Lázaro fue el detonante que les empujó a tomar
medidas de represalias y buscar la forma de condenar a Jesús.
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