Nuestra relación con Dios no queda en una relación
íntima y personal, sino que nos relaciona con los demás, los próximos a
nosotros y con los que nos relacionamos a través de nuestra vida. Y también con
las posibilidades de solidarizarnos con los que sufren y padecen injusticias.
En esta línea, nuestra responsabilidad respecto a los
demás tiene sus consecuencias según nuestras relaciones. Por eso, de nada nos
vale nuestra relación íntima con nuestro Padre Dios si con nuestros hermanos,
también sus hijos, no son buenas y están enfrentadas.
Y de eso se desprende que para estar en buena relación
con nuestro Padre Dios debo primero guardar y solucionar mis relaciones con los
demás. De modo que si tengo algún problema con alguien debo primero solucionarlo
en paz, según la Voluntad de Dios, para luego dirigirme y hacer una ofrenda a
Dios.
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