Nuestro corazón ha sido sembrado de la semilla del
amor. Un amor que, primero pide y sólo se preocupa de recibir. Es muy joven
para dar. Pero, le llega el momento de madurar y de empezar a dar frutos. Entonces
es la hora de, no sólo de recibir sino de empezar también a dar.
Y en ese recibir y dar descubrimos que la felicidad se
esconde más en el dar que en el recibir. Experimentamos que cuando damos
sentimos gozo y paz. Son los frutos del amor, de ese amor que empezamos a
descubrir en la medida que empezamos a dar y darnos.
Pero, advertimos y nos damos cuenta que para dar
tenemos primero que llenarnos de ese único Amor que salta a la Vida Eterna. Se
trata de esa Agua Viva de la que Jesús le habla a la samaritana y que calma
nuestra sed para siempre. Es ese el Amor que hay que buscar y pedir para calmar
nuestra sed eternamente.
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