El mundo está
dividido y, con él, las comunidades que en él caminan, incluida la Iglesia. Hay
divisiones, enfrentamientos y luchas por prevalecer unas sobre otras, por
ansias de poder, por vanidades y habladurías. En esas actitudes se recogen
todas esas diferencias que las enfrentan y dividen. El dinero divide a las comunidades. Un dinero que representan el poder y arraiga el deseo de ser más que el otro.
Y aparece la
vanidad, la actitud de ser más arrogante, más elegante, más importante por
lucir hermosos y distinguidos vestidos. La vanidad de creer que lo importante
es parecer y aparentar y no ser. O pensar que con esas apariencias se puede ser
mejor que el otro.
Y, por
supuesto, las habladurías, que tratan de abajar al otro, de empequeñecer al
otro para subordinarlo y desmerecer sus cualidades, virtudes y servicios.
Supongo que esas actitudes nocivas subsisten en las comunidades y atentan
contra la unidad de todas ellas. Tratemos de, con la ayuda del Espíritu Santo,
erradicarlas.
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