Lo importante y bueno es lo que perdura.
En el fondo de nuestro corazón está encendida la llama de la eternidad. Todos
queremos perpetuarnos y, pensando que no podemos, nos proyectamos en los hijos
y los recuerdos. Sin embargo, sabemos que todo eso desaparece, incluso nuestros
hijos.
Luego, podemos decirnos, ¿de dónde nos
viene ese deseo de perpetuidad? ¿Por qué quiero ser eterno? Y, ¿se puede serlo?
Hoy, en el Evangelio, Jesús nos dice que sí. Se ofrece como el verdadero Pan
del Cielo que, enviado por su Padre, nos dará la Vida Eterna que buscamos.
La promesa está hecha, y en Él todo lo
profetizado se ha cumplido. Luego, eres tú ahora quien decide. Él nos ha dicho: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá
hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed». Ahora lo único que hace
falte es que tú lo creas.
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