Pedro, el elegido para
liderar al grupo era un hombre variable, miedoso y hasta cierto punto cobarde
en algunas ocasiones. En otras mostró valentía, arrojo e imprudencia.
Recordamos que Jesús le increpó diciéndole: “apártate de mí, Satanás”; en otra ocasión
le negó tres veces y se escondió.
La pregunta es: ¿cómo
fue capaz y de dónde le vino esa valentía para responderle a los del sanedrín
sin vacilación y con firmeza?: «Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros
matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra,
haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de
los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a
los que lo obedecen».
¿Tiene esto explicación? Sólo desde una
seguridad de saber que Jesús había resucitado y de que en Él estaba la vida
eterna, se puede entender. Y de la acción del Espíritu Santo que les llena de
valor, de sabiduría y de fortaleza. No se puede entender de ninguna otra
manera.
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