Jesús, quizás consciente de esa necesidad, aprovecha
ese momento último de su vida en la cruz para encomendar a María, su Madre, la
misión de acompañar a la Iglesia en su andadura de anunciar esa Buena Noticia
del amor de Dios y de la Vida Eterna. La Iglesia necesita de una Madre.
Una Madre como María, que es obediente, que es fiel y
que es cauce para que todos los hombres puedan llegar, a través de ella, al
conocimiento de su Hijo, el Hijo de Dios, que nos anuncia el amor y la salvación
de todos los hombres. María es mediadora y en su manto nos cobijamos.
La Iglesia necesita de una Madre que la sostenga, que
la cobije y que la llene de ternura, de esperanza y de verdadero amor. María
fue pilar de esa Iglesia que, a partir de la muerte de su Hijo en la cruz,
empezó a caminar a su derredor y por la Gracia del Espíritu Santo.
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