Hemos recibido una tierra fértil y capaz de, bien
cultivada y cuidada, dar frutos que nos sirvan para, por la Misericordia de
Dios, alcanzar la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. Pero, mientras
la cultivamos en este mundo nos amenazan muchos peligros.
Nuestra misión consiste en cuidarla, limpiarla,
protegerla de todos esos peligros y cuidarnos de que dé frutos. Y los peligros
están dentro de nosotros y, para dar buenos frutos tenemos que limpiarnos
nosotros primero. Porque, nuestra tierra está en nuestro corazón y, si nuestro
corazón está sucio y descuidado, nuestra siembra no dará frutos.
Por tanto, tratemos de dejar nuestra tierra en Manos
de un buen Sembrador que sea capaz de convertir nuestra contaminada tierra en
tierra buena. Y, de tierra buena y bien
abonada, dar una cosecha de buenos frutos que sean agradables a nuestro Padre
Dios.
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