La parábola de la semilla que hoy nos habla Jesús es
la correspondiente a la del sembrador, que siembra la semilla – Palabra de Dios
– en esa tierra buena que tú has procurado cuidar y abonar en tu corazón. Pero,
para que esa tierra se mantenga cultivable necesitas cuidados.
Porque, de no tenerlos puede ser pisoteada y endurecida, de forma que los pájaros se coman las semillas que en ella caigan.
O que, por ser tierra poco profunda, sus raíces no consiguen sostenerse y
agarrarse para madurar y dar frutos. Hay que tratar de que nuestra tierra sea
tierra de cultivo.
Y eso nos exigirá mantenerla suelta y profunda, con
disponibilidad de acoger a la semilla que en ella es sembrada – la Palabra de
Dios – y abonarla con la oración y los sacramentos, para que dé esos buenos
frutos que nuestro Padre Dios, el Sembrador, espera de cada uno de nosotros.
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