Ahora interesa, ¿qué ha sucedido contigo y, también,
conmigo? ¿Aceptamos nosotros la Divinidad de Jesús y le reconocemos como el
Hijo de Dios y como Rey de Israel? O, por el contrario, ¿le rechazamos? Por ahí
debe ir nuestro esfuerzo y nuestra reflexión. Se trata de madurar y de dar una
respuesta.
Una respuesta que, de ser afirmativa, debe ir
encaminada a pedir la transformación de nuestros corazones, viciados por
nuestras pasiones e instintos egoístas a la mentira y al rechazo. Una respuesta
producto de nuestro encuentro con Jesús que transforma todo nuestro vivir y
todo nuestro ser.
No cabe ninguna duda que sin la experiencia del
encuentro personal con Jesús, nuestra vida queda coja, debilitada y a merced de
nuestras pasiones y seducciones de este mundo. Y esclavas de nuestras propias
ideas e intereses. Sólo en y con Jesús podemos liberarnos. Amén.
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