Es verdad que sentimos sed y
buscamos calmar esa sed. Necesitamos saciar toda nuestra sed de felicidad y,
porque lo desconocemos, buscamos saciarnos dando rienda suelta a nuestras
pasiones, placeres, ambiciones y gustos del cuerpo. Y pronto experimentamos que
seguimos vacíos.
Volvemos a tener sed y cada
vez más. El mundo y sus placeres y seducciones no nos calman la fe. Necesitamos
negarnos y despojarnos de todas esas cosas que no nos ayudan a crecer en
equilibrio y perfección para llenarnos de cosas buenas que solo encontramos en
Dios.
Y llenos de Él experimentar
que nuestra sed se va purificando y calmando, porque, llenos del Amor de Dios
vamos satisfaciendo toda nuestras ansias de verdadera felicidad, que, en
principio nos exige darnos y entregarnos y cargar con nuestra cruz para luego,
por amor, llenarnos de verdadera felicidad eterna.
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